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UN VIAJE ESPERADO: EEUU 2012 (PARTE 3) |
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Al día siguiente salimos muy temprano para evitar la canícula del día en pleno Death Valley. Nos dirigimos hacía unos cerros por donde discurría la carretera con unas curvas muy divertidas para la conducción motera. Era temprano y ya empezaba hacer calor, así que pronosticamos un día duro. Pero ya tenemos experiencia en el tándem calor-desierto. Antes de encarar Death Valley decidimos para a poner gasolina.
No es que no hubiera gasolineras desde del Parque Nacional, pero como no lo sabíamos seguro, mejor ir hasta los topes. Pusimos combustible a 3’699 $/gallón, a menos de 1$ el litro. Durante la parada para combustible, Lydia se dio cuenta que no estaba fina del todo del estomago, por lo que aprovechó para dejar lastre e intentar comer alguna cosa para que le sentara el estomago.
Después de esto, emprendimos la marcha por Death Valley, la zona más profunda, seca y calurosa de norte América. Como datos técnicos de pura chafardería comentar que la temperatura más alta registrada en esta zona fue de nada menos que 56’7º registrados en 1913 y con una temperatura media durante agosto (mes el que lo cruzamos) de 49º (113’9 F). La precipitación media durante todo el año es de 40 L. Pues nada, en este berenjenal es donde nos metimos en moto.
La verdad es que es muy curioso porque llegas a estas a 86 metros por debajo del nivel del mar, la zona más baja de EEUU.
Paramos en todos los puntos de avituallamiento que encontramos durante el camino para hidratarnos y escondernos un poco del intenso sol. En una de estas, paramos en la única gasolinera de parque. Joder, el tío pasará calor, pero se lo cobra. El precio del gallón de combustible lo tenía a 6$.
Durante esta parada compramos un par de Sprites en una máquina expendedora de la gasolinera porque la zona de bares estaba a petar por tres autocares que habían llegado. Mientras, aproveché para hacer un pipi en la gasolinera. Al entrar, el aire acondicionado estaba a toda pastilla. Se estaba de vicio dentro. Me regocijé un poco y salí para que Lydia pudiera hacer lo mismo. A parte, ella quería empezar a mojarse los bajos de los pantalones para soportar el calor. Cuando salí vi que Lydia estaba hablando con una pareja de personas de mediana edad enseñando la moto y hablando un rato. Se fueron a poner gasolina y me comentó Lydia que se habían acercado para ver que si estábamos haciendo el viaje en moto, de donde éramos y esas cosas que se preguntan. Cuando se fue al baño, esta gente dio la vuelta y me ofreció dos botellas de agua sacadas de su nevera portátil. Yo me quedé muy sorprendido del ofrecimiento al mismo tiempo que agradecido. Es un detalle por parte de esta gente el ayudar a dos personas que ni conocen ni somos de allí, simplemente porque vamos en moto y hace mucha calor.
Seguimos la ruta parando en todos los bares y puntos de parada para comprar agua. Al final, hasta yo mismo me empapaba la camiseta para sobrellevar el intenso calor que teníamos. Pasamos por un sinfín de parajes, dunas, olas de piedras. Una pasada reserva de la Biosfera.
Al final, sobrevivimos al Death Valley. Entiendo que le hayan puesto este nombre pensando las penalidades de los colonos al intentar llegar a la tierra prometida del Oeste.
Como ya era hora de comer, decidimos parar en el primer lugar donde encontrásemos algo parecido a un restaurante. Aunque estuviéramos fuera del Parque Natural, el paisaje tampoco había cambiado mucho. Subimos una montaña curveando y disfrutando de lo lindo, donde, desde su punto más alto pudimos ver la espectacular recta que dividía otro pedazo de valle.
Cuando cruzamos este valle, encontramos un sitio para comer. Era un rancho donde a parte de restaurante tenían habitaciones. Nos papeamos una ensalada fresca y una pizza. Durante la comida oímos una pareja de una mesa cercana que hablaban en catalán. Me hizo gracia encontrar gente de mi tierra en estos parajes tan alejado. Era una pareja de Tarragona que también estaba de viajes de novios por la Costa Oeste. Ellos iban más rápidos en los trayectos, pero claro, es la ventaja de ir en coche. Nos despedimos de ellos que ya se iban y nosotros acabamos nuestra comida.
Como cosa curiosa del restaurante era un animal disecado. Yo lo bauticé como la “liebrealce” ya que era parecido al “abeconejo” que sale en la tele. Cachondo estos americanos.
Seguimos curveando por las montañas de la zona. La verdad es que disfrutamos de lo lindo hasta que se puso a llover. Más que llover, se veía que había llovido ya que nos encontramos varios riachuelos cruzando la carretera. Alguno parecía el Rio Bravo de lo grande que era. Acabamos de barro, tanto la moto como nosotros hasta las orejas.
Al llegar al final de la carretera esta, nos dimos cuenta que la habían cortado poco después de pasar nosotros, ya que aquí, para sacar toda esta arena usan palas quitanieves. Tuvimos suerte, la verdad.
Llegamos a Lone Pine a una hora decente, así que aprovechamos para hacer la colada e ir a investigar un poco el pueblo. Entramos en la tienda de la gasolinera para comprar unas coca-colas y algo para picar para hacer tiempo. Nos sentamos en el porche de la tienda y miramos tranquilamente el paisaje. El paraje es precioso. Vemos que Lone Pine está anclado en un valle rodeado por dos cadenas montañosas, por lo que vemos claro, que mañana, vayamos a donde vayamos tendremos un puerto para disfrutarlo.
Volvemos al hotel a recoger la ropa y le preguntamos a la recepcionista para ver donde podíamos cenar, ya que ese pueblo no tenía nada. Nos comenta que en el pueblo hay varios restaurantes. Lo que pasa es que estábamos en una punta del pueblo, así que cogimos la moto y nos fuimos para el centro.
La verdad es que Lone Pine es un pueblo precioso típico del oeste. Aquí se rodaron varias películas de este género por las fotos que vimos en el restaurante donde cenamos. Había una foto de Gregory Peck relajado durante un descanso de la película “La conquista del oeste”.
Volvimos al hotel para recuperar el cansancio provocado por toda la jornada, habiendo disfrutado cruzando Death Valley, uno de las zonas más duras por la que hemos pasado en moto. Esta andadura nos sumó 229’7 millas más a nuestro viaje (369’67 km), haciendo un sumante total de 1.376,5 millas (2.215,3 km).
Nos levantamos tempranito para ir a desayunar y a prepararnos para la jornada de hoy. Hoy toca otro punto de interés del viaje, el PN de Yosemite.
Así que cargamos la moto y con nuestro atuendo habitual (pantalón largo, camiseta manga corta, casco y protección solar) salimos por la carretera que recorre el valle. Como este es estrecho, la carretera en si es una larga recta. Mientras andas por ella no puedes hacer nada más que levantar la cabeza y mirar con cierto pesar las dos cadenas montañosas que flanquean al valle.
Llegamos a Bishop, la ciudad grande de la zona, así que paramos para tomarnos una coca-cola bien fría en un salón. El vaso de refresco te cuesta un dollar y te lo rellenan tantas veces como quieras. Vale, la coca-cola es de manguera, pero te lo rellenan gratis. Cuando salimos de allí, nos acercamos a un anticuario ya que a mi hermano se le había antojado un dollar de plata de los que usaban en el lejano oeste. El anticuario tenía montones de cosas curiosas, pero no el objeto en cuestión. Ya un poco cansado de rebuscar se lo pregunté y me dijo que un poquito más arriba había una tienda de numismática. Nos dirigimos a ella a ver qué encontrábamos. Entramos y el encargado ni se dignó a preguntarnos que queríamos así que miramos por nuestra cuenta. Encontramos la sección de los dollares de plata antiguos. La verdad es que descartamos la opción de darle una sorpresa a Luis porque los precios rondaban entre los 1.400 $ y los 2.800 $ según calidad de la moneda. Nos despedimos del supervendedor y seguimos nuestro camino.
Seguimos por la carretera del valle y por fin, la carretera empezó a subir y a curvarse. Lo que pasó que tal que subía la carretera descendía la temperatura. Cuando llegamos a una altura de 4000 pies (unos 1.250 metros) la temperatura paso de unos agradables 26º (la moto marcaba 80º F) a unos desagradables 15º (unos 60º F). Once grados en algo menos de 20 minutos pues nos quedó el cuerpo fresquete, y por no contar que empezó a llover, así que paramos para ponernos las sudaderas gorditas que nos compramos en Los Angeles. Una vez ataviados, seguimos el camino hacia la entrada del PN Yosemite. Paramos en la gasolinera justo de la entrada para llevar la moto hasta los topes. En la tienda de la gasolinera había una colección de figuras de oso que nos gustaron. Nos hubiéramos comprado uno de cada, pero el precio tampoco estaba para hacer estas cosas.
Justo al entrar en el parque empezó a llover con cierta intensidad y acompañado de una temperatura baja por lo que decidimos para en un lodge para esperar que cesara de llover y aprovechar para comer alguna cosilla.
Al entrar, el bar-restaurante-tienda era la recepción del lodge llevada por dos mujeres encantadoras en el trato las cuales nos ofrecieron una taza de café para que entrásemos en calor. La verdad es que, aunque fuera café americano, se agradeció tomar algo caliente mientras esperábamos la mesa.
Nos sentamos en un rincón encantador y nos comimos una rica hamburguesa cada uno y un delicioso postre casero. Después de comer ha parado de llover. Sigue estando nublado pero por lo menos no llueve, así que emprendemos la visita a Yosemite.
Pasamos pon un montón de paisajes precioso que seguramente con sol hubieran sido increíbles, pero se deslucían por la pobre luz de que disponíamos, y no era que fuese de noche, sino que todo era grisáceo. Así que fuimos circulando sin hacer ninguna parada, sino simplemente a paso lento para disfrutar del paisaje y para vigilar con la carretera mojada.
A media tarde salimos por la otra cara del Parque y nos dirigimos a nuestro hotel/lodge. Era un complejo turístico el cual disponía de un gran número de habitaciones con cocina, y la nuestra con jacuzzi doble en el baño (le dimos buen uso), dos restaurantes, tienda, lavandería, sala de lectura, actividades lúdico-deportivas para los huéspedes. También es normal, ya que no había ningún pueblo cerca y por no haber, ni cobertura de teléfono.
Paseamos por la zona, dimos buen uso del jacuzzi, pasamos por la tienda (que, por cierto, fue en el primer lugar donde nos atrevimos a probar la carne seca que venden en bolsas. Nos daba cierto repelús ese cacho de carne seca pero niño, cuando la probamos, que buena. Desde ese día la estuvimos comiendo cada vez que encontrábamos alguna variedad nueva).
Sobre las 9 de la noche, después del baño reconstituyente en el jacuzzi nos fuimos a cenar. Había que esperarse una media hora y para avisarnos nos dieron como una especie de frisbee que tenía como radio de acción todo el complejo y que se iluminaría cuando nos tocara, así que nos dirigimos hacía el bar a tomarnos un Martini. Lydia no se fijó y nos encasquetaron un Martini blanco pero seco, y a mí, pero sobretodo a Lydia nos gusta dulce. Qué le vamos hacer. Nos lo bebimos mientras mirábamos dos canales temáticos americanos, uno dedicado exclusivamente al baseball y el otro al futbol americano. La verdad, una paliza, pero no daban nada más.
A los 30 minutos comentados aproximadamente se nos iluminó el testigo así que nos dirigimos al restaurante. Es simple, un primero tipo buffet y un segundo a elegir a la carta. Pedazo carne que me trinque. Postre y café. Una vez esto, vuelta a la habitación y a descansar, que mañana tenemos tajo y ya nos acercamos a las grandes ciudades.
El día se saldó con 203’70 millas (327’82 km) con lo que llevamos en nuestro haber un total de 1.580’20 mi (2.543’10 km).
Como nota informativa, comentar que cuando llegamos a Barcelona, a los pocos días dieron una noticia en el telediario donde informaban que gente que había pernoctado en Yosemite durante el agosto morían de una enfermedad desconocida. Resulta, que un lodge de dentro del campo, hecho de madera, la gente se había intoxicado con pis de rata. Chungo, pero chungo de verdad, que lanzaron un aviso mundial porque si tenías algún síntoma como vómitos, diarrea descontrolada, fiebre alta, convulsiones, acudiésemos urgentemente al hospital casi para que te firmaran la defunción. Por suerte no paso nada.
Por la mañana amaneció un día precioso y soleado por lo que aprovechamos para desandar unos pocos kilómetros de lo andado para disfrutar de la vista del tubo. Cuando llegamos al mirador (lo malo es que lo teníamos a contraluz) nos saltaron tanto a Lydia como a mi un montón de whatsapp y llamadas perdidas que pensamos que había pasado algo. Pero no, estuvimos todo la tarde-noche sin ningún tipo de cobertura tanto en el móvil como en internet y contratar 1 hora en recepción costaba algo así como 12 $.
Llamamos a la familia que como no, no podían pensar que exactamente no teníamos cobertura, sino que seguro que habíamos tenido un accidente y que estaríamos entre muertos o en coma, eso si no nos habían secuestrado o yo que sé, abducido los extraterrestres. Ante esta situación, la mejor defensa, un buen ataque, así que le dije que los habíamos acostumbrado muy mal llamándolos cada día, que a partir de este, cada 3 o 4 o como mucho un whatsapp. Ante la preocupación de mi madre, cedí a seguirla llamando cada día.
Seguimos la ruta, y antes de salir fuimos a ver El Capitán, una mole de granito espectacular. La mole esta tiene una caída de 2.307 m siendo e monolito de granito un reto para cualquier escalador. A mí, esa imagen me lleno el espíritu. La sensación es comparable a la visión del Grand Canyon. Yo estuve todo el día con las pilas puestas.
Salimos de Yosemite y encaramos una fabulosa carretera motera. El momento no podía ser mejor. Conducir una Harley con mi mujer detrás disfrutando igual o más que yo, con el alma rebosante de serenidad y escuchando la canción de Oasis de “free” acompañada con la versión que sacó Coca-Cola de esta canción cantada por un coro de niños. La piel de gallina aun se me pone cuando me acuerdo.
La ruta de la jornada fue larga, pero lo más bonito del día fue por la cantidad de parajes diferentes por los que pasamos por el hecho de ir desde la última cadena montañosa antes de llegar al mar, por lo que pasamos de un paisaje montañoso y frondoso de árboles, a campos infinitos de maíz y trigo, a prados verdes, hectáreas de viñedos, hasta incluso marismas. Qué gran país que es América.
Cuando nos acercamos a Oakland ya nos adentramos demasiado a la civilización. Llevábamos muchos días por lugares poco concurridos (durante el mes de agosto, vamos) y nos sorprendió. Eso de pillar carreteras de seis carriles, de miles de coches, camiones y otras motos. Hasta pillamos nuestro primer atasco. Muy, muy estresante.
Pasamos por la zona de los viñedos de California. La idea para quien compuso esta ruta era para que la gente pudiera visitar alguna bodega y poder así probar sus caldo y adquirir alguna botella, pero a la vista que yendo en moto pues como que no apetece (ni se debe) hacer alguna cata y ya ni hablamos de comprar nada. Lo que me hizo gracia es que estábamos en territorio de Angela Channing, la de la serie Falcon Crest.
Lo malo de esto, es que nos desviaron casi 90 kilómetros de nuestro destino de mañana que no es otro que la esperada visita a San Francisco, y no solo esto, sino que tenemos “Extra Day” Y SIN MOTOOOOO. El culito podrá descansar.
Llegamos a Santa Rosa aunque a los pocos kilómetros sufrimos los primeros atascos. Lo bueno es que aquí no se ponen muy nerviosos para nada, así que lo llevamos bien pero tuvimos que salir de la ruta para poder poner gasolina, ya que íbamos apurados y con atascos la cosa pintaba mal.
Aquí se nota que la temperatura ha descendido bastante, hasta llegar al punto de hacer frio. Dejamos todos los bártulos, miré si podía limpiar un poco la moto que aun la llevábamos llena de barro del día de Death Valley. Como no había ninguna manguera o túnel de lavado, decidí pasarle un agua en el parking del hotel. No mejoró mucho, pero sacamos el grueso de la mierda.
Nos fuimos a pasear por la ciudad. Como casi todos los días, estábamos lejos del centro, por lo que nos quedamos cerca de hotel. Paseando por la zona vimos cosas curiosas, como una casa de tatuajes muy auténtica. Otra casa de videncia y tarotismo, y lo más curioso, una exposición de caravanas americanas, o sea, tamaño XXL. Cualquiera de esas bestias era imposible que circularan por Europa. El peso de esta mole eran poco más de 5000 kg. Si la nuestra que pesa 1.250 la considera muy grande, esa ya ni te cuento.
Volvimos hacia el hotel porque la noche, a parte de estrellada estaba siendo fría. Nos paramos a cenar en “La Casa del Pavo”. El plato estrella, como no, era pavo. La verdad que ese día no cenamos muy bien ya que al pavo no es que lo salsearan, sino que el pavo daba brazadas dentro de la salsa.
Volvimos al hotel con ganas de que amaneciera para salir hacia San Francisco. El día acabó con 286’1 millas más (un tirón de 460’43 km) sumando un total a estas altura del viaje de 1.866,3 Mi (3.003’52 km).
Amanecimos temprano para aprovechar al máximo los dos días que teníamos en SF. Fuimos a desayunar y ya lo preparamos todo para salir hacia nuestro destino.
Deshicimos el camino del día anterior hasta llegar al cruce entre San Francisco y Oakland. Esta vez cogimos la de San Francisco. A pocos kilómetros de vislumbrar el ansiado puente Golden Gates, vi la salida hacia Sausalito, y me acordé de unas casas sobre el agua, así que la tomé. Fue un acierto total, ya que el muelle de las casas flotante estaba en esa misma salida a escasos 50 metros de ella.
Aparcamos la moto y nos fuimos a pasear por los muelles. Hay que dividir dos zonas, una la parte humilde o trabajadora, bastante cutre, las pasarelas se mueven y las casa estar bastante mal acabadas. Y la zona noble o de pasta. Aquí no son casas, aquí son mansiones con unas pasarelas embarnizadas, con hall de entrada en cada pasarela con sus buzones. Todo el camino está adornado con mil flores que le dan una frescura y un color espectacular. En el programa “Viajeros por el mundo” cuando estuvieron por San Francisco se pasaron por aquí y le sacaron a un propietario la cuantía que podían tener esas viviendas a lo que le contestaron que alrededor de millón o millón y medio.
Retomamos la ruta y tal como creía, en muy poco llegamos al Golden Gates. Por desgracia, lo pillamos con niebla, que por cierto, es bastante normal, pero eso no quitó que los vellos del brazo se me erizaran. Al acabar de cruzarlo, pasamos por caja en el peaje y paramos en la zona de ocio del puente para poderlo observarlo detenidamente.
Le echamos un montón de fotos y nos fuimos al museo-tienda del puente. La verdad es que es bonito y el museo muy interesante por la cantidad de datos y anécdotas que cuentan. Y como no, pasamos por la tienda. Lo más curiosos es que te venden botes con pintura del color del puente. Es curiosos pero desde que se creó siempre se ha usado el mismo tipo de pintura por eso han explotado de forma comercial este detalle. A parte, camisetas, jarras, pegatinas y una cosa que me hacía mucha gracia era una miniatura del puente, pero hay un problema, que parece que en vez de tener el Golden Gate, parece que te lo hayan regalado los de Mapfre por haber contratado un seguro. En la tienda oficial, como detalle solo tienen la reproducción de una de las torres.
Nos fuimos dirección al hotel, quedando con Lydia que si algún momento de nuestra estancia en San Francisco lo viéramos sin niebla, miraríamos la opción de acercarnos. Nos adentramos a una gran ciudad. Después de Las Vegas era nuestra segunda gran ciudad y comparándolas, Las Vegas era pequeñita a su lado. Esta circulación urbana nos estresa a los dos un poco. Suerte del GPS que nos deja al lado del hotel después de haber pasado por alguna de sus calles empinadas.
Descargamos la moto por la puerta de atrás, ya que la principal es peatonal. Hacemos el check-in y me comentan donde puedo estacionar la moto. Esta cerca del hotel y aunque nos costará una pasta, tampoco me atrevo a dejar la moto sola durante dos día en la calle, contando que en San Francisco no es como Barcelona, que aparcas donde quieres. Allí no ves motos aparcadas en la calle. Así que derechito al parking.
Regreso al hotel y veo a Lydia algo desencantada con el hotel, la habitación, pero la verdad, por una vez, el hotel es céntrico y por los pocos ratos que vamos a estar en la habitación, pues ya es correcta.
Después de dejarlo todo, salimos con las ganas e ilusión para comernos la ciudad por lo que primero hicimos fue ir a ver la tienda oficial y principal de Levi’s Strauss que estaba al lado del hotel. Es una tienda con 5 plantas dedicada única y exclusivamente a este tipo de prendas. Lo bueno es que había modelos y colores que aquí nunca hemos visto. Aunque Lydia ya se había comprado 3 en el outlet de St. George, no se pudo estar de comprarse uno más.
Seguimos con el paseo para acercarnos a uno de los edificios más emblemáticos de San Francisco, el Pyramid. No tiene nada en particular, solo la forma y lo alto que es, pero es lo que pasa en estas ciudades americanas, que tienen en si poca historia y la que tienen es muy moderna para nosotros. Yendo para el rascacielos estuvimos paseando por el ChinaTown de la ciudad, que después del de New York, es el más grande. Es como entrar en un chino de aquí pero a tamaño barrio. Letreros en chino, sus periódicos chinos, hasta una biblioteca nacional con libros en chino.
Nos acercamos a mirar un hall de un edificio que nos llamó mucho la atención. Era un edificio de oficinas pero la entrada parecía una iglesia europea. La verdad es que lo empezamos a mirar a través del cristal ya que la puerta estaba cerrada pero al poco salió una señora del edificio y nos ofreció entrar para poder observarlo con más detalle. El hall de entrada era precioso, incluso pensamos que podría ser hasta verdadero adaptado al edificio realizado por algún magnate de estos que vive por este país.
Salimos y seguimos observando los magníficos edificios que nos rodeaban. Estábamos en el centro por lo que había los mejores edificios (a ver, mejores por altos y modernos, no por bonitos estéticamente). Alguno si que llamaba la atención. Una anécdota curiosa de estos americanos fue un momento que estábamos haciendo unas fotos de estos edificios cuando se nos acerca un tío todo trajeado que por la pinta acababa de salir del trabajar y nos pregunta si somos arquitectos ya que estábamos fotografiando edificios. Con mi inglés le explico que somos turistas y que mi mujer es aparejadora (es que delineante es complicado, igual que aparejadora, pero más o menos me entendió) y que le gustaban lo edificios. El tío muy contento nos explica que ese edificio no tiene nada en particular, pero que él trabaja en uno que tiene el hall de entrada una reproducción de una iglesia europea y que si queríamos nos la enseñaba. Joder, le comentamos que acabábamos de salir de ella, que verdaderamente era una delicia y nos explica que era una reproducción. Lo bueno, es que un tío que acaba de salir de trabajar se ofrece a unos turistas a volver a su lugar de trabajo para enseñarnos el super-hall que tiene, vamos aquí que ni en horario de oficina la gente suele estar en su puesto de trabajo, para volver una vez hemos salido de él. Este país y su gente es una pasada.
Comimos algo y nos dirigimos al Pier39 (al muelle 39) de San Francisco, a ver su animado ambiente y a las famosas focas o vacas marinas. Cogimos el tranvía de al lado de nuestro hotel para ir a la zona del puerto. También nos va bien ver el recorrido ya que mañana por la mañana tenemos la visita a Alcatraz y hemos de volver a la zona portuaria.
Llegamos al Muelle y ya se vio que la animación era tope en este lugar. Tiendas de souvenirs, de comida rápida, de ropa, restaurantes. Un lugar bullicioso donde apetece perderse a menudo. Lo único negativo es que al estar al lado del mar, el frio era bastante más acusado, así que nos acercamos a la primera tienda de souvenirs que vimos y nos compramos dos forros polares con la SF grabada en el pecho, muy de turista, pero que narices, ¿no lo somos?.
Estuvimos paseando por una de las zonas más animada de San Francisco hasta la hora de cenar. Como era nuestra primera ciudad grande y casi nuestra primera destinación donde podíamos elegir restaurante, aprovechamos que estábamos al lado del mar para obsequiarnos en un restaurante especializado en pescado, que por cierto, estaba al lado del Bubba Gump Shrimp, el compañero de Forrest Gump de las gambas.
El restaurante era el Seafood Restaurant Fish Market ya que nos gustó que tuvieran la parrilla a la vista para enseñar como hacían el pescado y nos apetecía mucho un pescadito a la brasa. Entramos y nos presentaron la carta extensa de pescado, casi sin carnes (aunque haciendo memoria no me suena que hubiera carne), pero lo que los americanos no perdonan es que no hayan hamburguesas en los restaurantes, así que su sección de hamburguesas estaba allí presente.
A parte, fuera de la carta nos ofrecieron otras opciones, entre ellas, el salmón salvaje a la brasa. A mí me llamó mucho la atención, así que lo pedí y Lydia, que el pescado le gusta pero no tanto como la carne, prefirió el salmón pero normal, de piscifactoría, vamos. A parte, también nos sirvió para poder compararlos.
La verdad, no tienen nada que ver. Una carne anaranjada, más tersa y sabrosa tenía el salvaje en comparación con la de piscifactoría, mas blanquita, blanda e insípida. Hasta Lydia se arrepintió de no haberlo elegido.
Salimos del cenar y mientras esperaba que Lydia saliera del baño, oí unos que hablaban un catalán cerrado de Vic que me ilusionó. Me acerqué y les pregunté si eran de Catalunya. Era un grupo que iban en autocar haciendo más o menos el mismo recorrido que nosotros pero a toque de campana, ya que habían llegado hoy a San Francisco y se iban esa misma noche para llegar mañana por la mañana a Los Angeles. Joder, que velocidad, pero es lo que había. Yo les expliqué nuestro viaje, que era en moto, viaje de novios y que aun nos faltaban unos pocos de días para llegar a Los Angeles.
Estuvimos poco hablando porque tuvieron que irse corriendo a buscar el autocar ya que se les iba.
Nosotros, paseamos un poquito más por la zona y ya fuimos a buscar el tranvía para dirigirnos al hotel.
Cuando llegamos, tiramos de Starbucks para tomar el último café e irnos a descansar ya que temprano teníamos que estar en el muelle para embarcar hacia Alcatraz.
El día acabó con 58’3 Mi (93’35 km) que sumados a los anteriores hacían un total de 1.924’6 Mi (3.096’4 km).
Nos levantamos temprano. Ponemos el despertador a las 6:45 de la mañana para no hacer tarde, ya que el barco salía para nosotros a las 9:35 h (ahora me acuerdo, pero allí en San Francisco pensaba que salía a las 9).
Llegamos temprano al muelle. El día se había levantado como el otro, nublado y frio. Esta vez íbamos más preparados pensando a parte que íbamos a La Roca y que seguro que allí hacía más fresquito que en la ciudad. Cuando llegamos al muelle 33 que era el de las salidas de la rutas con barco, aprovechamos para desayunar pero como no, antes tuvimos que lidiar con el loco de la ciudad, un tío con camisa y mochila tipo cole que no hacía más que hablar y como que Lydia no sabe disimular nos estuvo dando la chapa un buen rato hasta que pillo a otro cuando vio que hacia 5 minutos que no le contestábamos.
Nos metimos a la cola del barco que salía a las 9 pero al llegar al tío que vigilaba la entrada nos dijo que el nuestro era el próximo. Buen intento, pero tendríamos que esperar.
Al final cogimos el de las 9:35 que era el nuestro y partimos hacía Alcatraz. Como dato histórico comentar que el primero que descubrió la isla era uno de esos españoletes que iban en búsqueda del Dorado, un tal Juan Manuel de Ayala en 1775. Fue él quien la denominó la Isla de los Alcatraces por la cantidad de esta especie de ave que habitaba. A partir de aquí, el faro de la ciudad, un fortín con baterías de artillería y cárcel. Ahora forma parte de la red de Parques Nacionales y es en si, un centro turístico.
Llegamos a La Roca, la verdad es que impresiona el sitio. Lo primero cuando llegas es ver todo el recinto frio, con la torre de vigilancia. Cogimos un folleto en castellano para poder seguir un poco el mapa. Hay un veterano que te da toda una explicación sobre La Roca pero era muy largo y muy inglés para nosotros, así que pasamos del viejecillo y tiramos por nuestra cuenta. Fuimos ascendiendo por la cuesta para ir viendo varias construcciones, entre ellas, la morgue, la casa de los guardas, ya que vivían allí con sus familias y el pabellón central. En este punto te dan una audioguía en el idioma que quieras. Por cierto, el que nos dio el aparatito era el loco de la colina que encontramos en el muelle, que fuerte.
La visita es muy interesante y más con el sistema de audio. Te explican cómo vivían, los presos más famosos como Al Capone, Robert Stroud (el hombre pájaro de Alcatraz), Frank Morris, y un largo etcétera. A parte, te enseñan todas las salas, la biblioteca, el patio de recreo, las celdas de aislamiento y te explican como sucedió la única evasión de la cárcel. Aun tiene la cabeza de papel maché que usaron como maniquí.
En una de las salidas al exterior, vimos por primera vez el Golden Gate sin niebla, por lo que comentamos con Lydia, que cuando llegásemos a tierra, cogeríamos un bus que te deja allí.
Estuvimos un par de horas con la visita a Alcatraz. A mí me gustó mucho, la verdad, es una visita totalmente recomendable. A parte, terminas la visita en la tienda de souvenirs, buenooooo, lo que llegan a tener allí.
Volvimos con la intención de ir a ver el Puente sin niebla, pero justo subimos al barco la niebla volvió a caer. Absurdo pegarse el viaje para nada.
parte 4
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