Mis andanzas en V-Strom
  UN VIAJE ESPERADO: EEUU 2012 (PARTE 1)
 

Este viaje empezó a tomar forma un 9 de Julio de 2011, cuando con la que era mi novia desde hacía bien poco nos subimos a una Harley en la Harley Davidson Day  y le solté que qué le parecía si para nuestro viaje de novios, en vez de estar tirados en una playa en el Caribe o algo parecido, nos íbamos hacer la Ruta 66 en una Electra Guide. A parte de que se pusieron los pelos de punta, la idea más bien le encantó. Allí quedo la cosa, y a medida que iba pasando el tiempo y asentando la relación, en Febrero del 2012 nos propusimos el casarnos un fin de semana de Septiembre, exactamente el 29, en el Saló d’Ors del Palau Maricel de Sitges.


 

El problema de ser autónomo y tener empresa es lo que nos “obligó” ha hacer el viaje de novios antes de la boda, pero esa fue una de las pocas condiciones que nos “impuso” mis padres a cambio de que fuera su regalo de boda. Nosotros tardamos unas 3 decimas de segundo en aceptar el regalo con la condición sine qua non.

Nos pusimos manos a la obra en organizar el viaje. La idea era clara, RUTA 66. Nos fuimos a informar a una agencia de Barcelona que realizan todo el montaje de estos viajes, y muy amablemente, el chaval que nos atendió nos comentó que el viaje es sí es una pasada, pero que algo más de la mitad del viaje hay poca cosa para visitar. La parte central de EEUU, el “granero de América” que aportaba poquito como turismo. San Luis, Chaplin y algún detalle más del viaje. Nos comentó que él, el año pasado estuvo de viaje por la Costa Oeste de EEUU y que lo disfrutó de lo lindo. Los Angeles, San Francisco, Las Vegas, trozos de la Ruta 66, la Big Sur, el Grand Canyon, Mohave, Death Valley, …. La verdad, es que la idea también nos gustó y mucho. Y como Lydia es como yo, que a parte de ir en moto nos gusta el turismo, aceptamos la idea y dejamos la Ruta 66 para otra ocasión (que esta caerá, no se cuando, pero caerá).

Nos pasaron el presupuesto esta gente y la verdad es que subía bastante más de lo que teníamos planeado, así que seguimos investigando hasta que encontramos a la gente de Eagle Rider de EEUU que son los que te alquila la Harley y te dan el servicio de organizarte el viaje. Nos pusimos en contacto con ellos y nos atendió Kiyoji, un chaval navajo, chirikawua, pies negros, no sé, pero indio seguro. Le comentamos que queríamos la opción de la Costa Oeste con días extras en Los Angeles y en San Francisco y como no, con una HD Electra Guide. Nos mandaron la ruta, el precio, los hoteles y un montón de información turística, de circulación, de costumbres y hábitos americanos. Una información muy, muy completa (de la cual tuvimos que traducirla toda, ya que venía en un perfecto inglés).

A parte, miramos los aviones a cualquiera de las tres ciudades grandes a la que íbamos (Los Angeles, San Francisco o Las Vegas). Al final, por precio y horas de vuelo en total nos decidimos por Los Angeles con la compañía alemana Lufthansa. A la ida, Barcelona – Frankfurt – Los Angeles con solo una hora y diez de espera en Alemania. Esto es lo que a mí me hacia sufrir un poco, ya que cualquier retraso nos hacía perder el enlace con todo el follón que conlleva esto. Salíamos de Barcelona a las 10:30 y llegábamos a Alemania a las 12:50 y salíamos de allí a las 14:00 horas y la llegada era 16:40 h (hora local después de tirarnos 11 horas volando, claro. Los aviones son rápidos pero no tanto). A la vuelta, la ruta sería desde Los Angeles a Barcelona vía Munich y los horarios algo más holgados, ya que salíamos de LAX a las 21:10 h, llegando a Munich a las 17:30. Casi dos horas después, a las 19:20 vuelo dirección Barcelona con llegada prevista a las 21:25 h.

Después de tenerlo todo cerrado venia otro gran problema. ¿Qué nos llevábamos de ropa? Pensando que íbamos a hacer todo el viaje en moto y que nos íbamos a tirar 17 días cruzando desiertos, visitando Parques Naturales y paseando por grandes ciudades. Lo primero que hicimos fue mirar que portaequipajes llevaba la HD. La verdad es que no era para tirar cohetes, pero que narices, ¿somos rudos moteros o no? Miramos por internet a ver que existían de bolsas interiores y, eureka,  una casa americana especializada en bolsas de “marca blanca” para todo tipo de moto y encima bien de precio. Primero de todo, nos pusimos en contacto con el ForoHarley a ver si a alguien le interesarían unas bolsas usadas a mejor precio para una Electra. Todo lo que sea ahorrar dinero hay siempre voluntarios. Y una vez “cerrado el trato” con ese chaval pasamos a comprar las bolsas. Tengo que decir que cobrando las bolsas, estos americanos son rápidos, pero a fecha de hoy, aun estamos esperando que nos las manden. Les hemos llamado, les hemos escrito, les hemos amenazado. Todo inútil. Seguimos en ello, no pierdo la esperanza. Al final nos decidimos por unas bolsas del Decathlon que más o menos se adaptaban al espacio disponible.


 

Se acercaba el día. Una mezcla de nerviosismo y ganas locas de hacer este viaje. No sabes cómo te entenderás con el idioma, no sabes cómo te adaptarás a la moto, no sabes si te perderás, inmigración americana, los papeles de entrada y los bonos de los hoteles, la ruta y mapas, los billetes, la ropa con las minimaletas. Bueno, un sinfín de cosas por no explicar que dos semanas antes me robaron la cartera con el carné de conducir. Como no llevaba un duro tiraron la cartera y algún buen samaritano vio un recibo de los autónomos de Caixa Catalunya y la mandó a mi oficina con el tiempo justo para ir a buscarla. Por si acaso, ya habíamos ido a renovar el carné de conducir y me había sacado el carné internacional porque no llegaba a tiempo el nuevo y con el resguardo no sirve en el extranjero.

Al final llego el día, 6 de Agosto de 2012. La noche anterior ya pedimos un taxi para ir al aeropuerto y aunque el vuelo salía a las 10:30 de la mañana ya estábamos embarcando las maletas no más allá de las 8. Hicimos tiempo desayunando y saboreando lo que podría ser nuestro último buen café durante todo el viaje. Subimos al avión justo cuando eran las 10:30 por lo que el vuelo no saldría hasta pasado unos 20 minutos, media hora. Aquí yo ya vi que no íbamos bien. Le comenté a la azafata que hablaba español que teníamos un enlace en el aeropuerto de Frankfurt para Los Angeles. Nos dijo que ningún problema que el vuelo era más rápido que lo que habían puesto en los billetes. Me quede extrañado, pero algo más tranquilo. Y si, llegamos a Frankfurt que aun faltaban unos minutos para las 12:30. Fantástico, y como ni teníamos que recoger maletas nos fuimos todo paseando hacia la sección de internacional del Aeropuerto de Frankfurt. Pasamos la aduana con nuestros pasaportes y nos fuimos a nuestra puerta de embarque.



 

 

Al ser un vuelo largo con un Boing 747 con tropocietas plazas, la cola fue larga, pero tampoco muy preocupado porque teníamos en adelante 11 horas de vuelo. Tengo que reconocer que el 747 me lo esperaba más ancho y cómodo pero me recordó, en espació, a cualquiera de los aviones que he cogido de Vueling, estrechito.



Encaramos la pista de despegue. Estos bichos han de tener un montón de fuerza para levantarse porque son grandes de narices. A los pocos minutos, y hablamos de cómo mucho 4 o 5 minutos de despegar el avión entro en una turbulencia que cayó …. no sé, a mi me pareció un mundo, la gente chillando. Mi cuerpo se levantó del asiento, suerte que me agarré al de delante. El sustito fue de los grandes. Al poco rato, el capitán pidió disculpas por megafonía porque no tuvo tiempo de esquivar la turbulencia en cuestión. Lydia ya se veía que no llegábamos, no ya a ni casarnos, sino, que ni a Los Angeles. El resto del viaje fue muy placentero. Nos pusieron tres películas, un par de capítulos de la serie “Como conocí a vuestra madre”, un par más de la serie “Big Bang” y fueron pasando las horas.



Lo que me sorprendió más es la ruta que cogen para ir de Europa a América. Salimos dirección Dinamarca, Noruega, Islandia, Groenlandia, entramos por Canadá y cruzamos por todo el centro de los Estados Unidos, hasta llegar a Los Angeles. Claro que tarda 11 horas con esta vuelta que da.





 

 

Bajamos del avión un poco cuadradetes después de las 11 horas de vuelo. Y ahora venia lo bueno, pasar inmigración. Antes de recoger la maleta, ya te ponen en unas filas para control de entrada y pasaportes. De mientras, los perros buscadores de drogas los tienes paseando por tu alrededor acompañado por unos de esos policías grandes americanos. Llegamos al agente en cuestión y le damos los pasaportes. Para intentar entendernos le solté la frase que más he usado en este viaje “Do you speak spanish?" Y nos dio la mejor respuesta “Un poquito”. Bueno, a partir de allí todo fácil. Foto de entrada, scanners de todos los dedos de ambas manos y Lydia explicándole que era nuestro viaje de novios. Pensé que a ese hombre bien poco lo importaba pero he de reconocer que nos facilitó bastante la entrada. Como Lydia también se dio cuenta de esto, me parece que todos los trabajadores del aeropuerto estuvieron informados. Siguiendo la historia de la entrada, después de pasar por inmigración recogimos las maletas. Otro malvivir a ver si con los traslados entre aviones alguna se había perdido. Todo y llevar poca cosa para ir con la moto, nos llevamos las dos maletas más grandes para poderlas llenar de compras que hiciéramos en EEUU.

A parte, llevábamos nuestros propios cascos, que aunque los de Eagle Rider te dejaban uno, el sudor de uno mismo es menos sudor que la de cualquier otro rudo motero. A parte, de leer tantas y tantas crónicas, ver que para cruzar los desiertos es mejor un integral o modular que un calimero porque el aire quema (y joder si quema, pero todo llegará). Las maletas salieron sin problema, y no contentos con esto, aun faltaba pasar el control de equipajes. Aquí Lydia también les soltó la historia del viaje de novios. Sigo reconociendo que esta historia debió enternecer a los polis de turno y pudimos pasar sin grandes problemas. Maletas por el escáner y poca cosa más.


Pues nada, ya estábamos en EEUU y habíamos tardado no más de 30 minutillos en pasar todo el ajetreado sistema de entrada a este país. Eran ya las 5 de la tarde pasadas y los grandes hoteles que están cerca tienen un servicio gratuito de recogida en el aeropuerto, así que buscamos el nuestro y en él que nos subimos.





Llegamos al hotel, al Crowne Plaza, a un tris del aeropuerto. Estaba tan cerca que veíamos la pista de aterrizaje desde la ventana de la habitación. Hicimos el check-in, dejamos las cosas en la habitación, alucinamos un poco con la cama tamaño King Size de 200x200 (incluso diría que era de 220x200 cms) y después de ducharnos bajamos a recepción del hotel para informarnos de cómo recoger la moto al día siguiente. En estos hoteles grandes americanos hay una pequeña recepción con el letrero “Guest Service” donde la persona que te atiende hace lo indecible para ayudarte en lo que necesites. Pos suerte, en Los Angeles, la gran mayoría de gente habla español por lo que nos fue de coña. El chico del Guest Service llamó a Eagle Rider pero le salto el contestador como que ya habían cerrado y que al día siguiente abrían a las 9.
 



Así que nada, aun un poco tronados por el viaje decidimos ir a pasear un poco por los alrededores del hotel para empezar a empaparnos de esta sociedad americana. El problema es que alrededor del hotel, y del aeropuerto, hay muy poca cosa “turística” (y a parte, tampoco acertamos la dirección en la que nos pusimos a andar). A parte, cabe destacar que Los Angeles es una ciudad que de punta a punta (juntando todos los pequeños pueblos o barrios) hace 100 kms por 40 kms de ancho. No es que sea una ciudad en la que puedas moverte andado. Cuando llevábamos un rato paseando se nos hizo la hora de cenar por lo que nos sentamos en el restaurante típico americano, una hamburguesería como las que salen en las pelis. La verdad es que la sensación fue muy chula y la hamburguesa estaba de muerte.



Todo y que el jet-lag no afectó mucho, este primer día lo terminamos relativamente temprano, a las 21:00 horas ya estábamos en la cama durmiendo (cada uno en su lado y sin rozarnos, jajaja). Digo que fue relativamente temprano porque el día nos dura algo más de 30 horas. Lo malo es que a las 4:30 de la mañana ya estábamos con los ojos como platos. Aprovechando que en Barcelona eran las 13:30, llamamos a la familia para informar que todo iba ok en el viaje.

 

Hicimos un poco el perezoso durante una horilla y pico más y nos levantamos para ducharnos, bajar a desayunar y hacer tiempo para ir a recoger la moto. El desayuno no estaba incluido en el precio de este hotel, pero lo bueno que  dentro del Crown Plaza hay un Starbucks donde vimos que habían Espressos individuales, dobles o triples. Yo pedí uno doble y un poco de leche y un típico donuts de esta cadena en cuestión. Lydia se alimentó a base de Cappuccinos. Vendita suerte de que exista esta cadena. Desayunamos tranquilamente y nos dirigimos de nuevo al Guest Service para que nos volviera a llamar a Easy Riders. En principio ellos te vienen a buscar a tu hotel, pero le comentaron que tenían la furgoneta fuera y que  cogiéramos un taxi que ellos no lo abonarían hasta 20 dólares.

Pedimos el taxi y nos despedimos del hotel hasta la vuelta, ya que volvíamos aquí para pasar las dos últimas noches del viaje. Llegamos al local de las Harleys con la sensación que el taxista nos había dado una  vuelta por gran parte de Los Angeles, ya que teníamos entendido que Laguna Blvd estaba cerca del hotel y el muy mamón, entre la vuelta y los extras de las maletas nos sopló 25 $. Suerte que en Eagle Ryder nos abonaban 20.

Entramos en la tienda y ya nos quedamos embobados con la cantidad de “chuches” que tienen allí. Antes de recoger la moto ya nos gastamos nuestros primeros dólares en el típico pañuelo de cabeza con la bandera americana y un cable para la conexión del iPod a los altavoces de la moto.

Nos atendió Kiyoji. Fue una alegría conocerle después de la marabunta de e-mails que nos habíamos cruzado desde el primer contacto. Le di mi carné de conducir para todo el papeleo y pasamos al patio donde estaba nuestra motito esperándonos. Nos comentó que vendría el mecánico a explicarnos el funcionamiento de la Electra. Suerte que el mecánico que nos atendió era Charly, uno de los muchos hispanos que hay en Los Angeles.

Nos explicó lo básico de la moto, sobretodo como arrancarla porque la llave que te dan simplemente es para desbloquear el seguro. Curiosa la forma de arrancar  una Electra. Desbloqueas el seguro, giras un cacho interruptor y le das a ignición. No necesitas para nada más la llave (bueno, para abrir las maletas y nada más).

Ya con vista, nos llevamos con nosotros el TomTom Rider 2 con los mapas de EEUU. Suerte de esto porque  la mitad de los días o todos hubiéramos estado perdidos. Para no andar con la tortillería del soporte del TomTom la quisimos fijar con unas bridas. La idea era buena, pero mala ejecución. Mientras yo chapuceaba con el tema del TomTom y le ponía las primeras coordenadas, Lydia empezó a jugar al Tetris con las maletas y las bolsas, sumando los dos termos que  nos llevamos (y que ya veréis que nos salvaron de caer en una deshidratación severa). Después de ver como hizo entrar todo en esas mini-maletas tomé nota que no debía apostarme nada al Tetris con ella.








Una vez hechas las fotos de rigor emprendimos el viaje con todo el cuidado del mundo, ya que era una moto que no la había llevado nunca en una ciudad de más de 18 millones de gente y otro tanto de vehículos.

La moto es grande y pesada, y más con todo cargado hasta los topes y dos personas. En parado, como cualquier moto de estas características, son torponas pero cuando echas a andar se comporta a las mil maravillas. Amortiguadores algo duros (o mejor dicho, casi inexistentes). En definitiva, te haces rápida a ella y le llegas a coger cierto cariño y más cuando te haces con todos los mandos y sistemas de la moto, como es equipo de música y el crucer por esas carreteras Yankees.

Cogimos la 405, la San Diego Freeway, un tipo autopista que cruza la ciudad de norte a sur, siguiendo las indicaciones del GPS, pero supongo que no lo acabe de apretar bien y entre que no podía ver bien la dirección que marcaba el TomTom y que tenía aquella sensación de que no íbamos bien, decidí hacer una parada técnica para la recolocación del soporte y “reubicarme” para ir dirección Missión Vieja.


 

Después de recalcular las coordenadas tuvimos que retroceder unos kilómetros para ir a coger la otra ruta mítica de la zona como es la Ruta 74.

Cuando salimos de la ciudad empezamos a curvear ya ver la moto en todo su esplendor. No es su territorio preferido pero se desenvuelve correctamente. Lo que pasa es que el calor empieza a ser asfixiante, y vamos parando cada poco para hidratarnos.

Llegamos al Lago Elison en plena canícula del día por lo que decidimos parar para comer alguna cosa y sobretodo, recuperar líquidos. Vemos que aun nos quedan unos 100 kms para llegar a nuestro nuevo destino que es  Palm Spring. Después de comer en un burguer de carretera decidimos seguir con la ruta para llegar con algo de tiempo para poder visitar un poco la zona. Nos adentramos en carreteras curveras que sin tanto calor se hubieran disfrutado de lo lindo. El calor era tan intenso que veías como te ibas quemando por momento los brazos. Llevábamos una protección total de +50 porque tanto yo como Lydia no somos grandes amantes del sol pero la emoción de coger la moto y salir volando de Los  Angeles fue tan grande que nos olvidamos totalmente de nuestra poca capacidad de aguantar el sol.





Seguimos circulando y el paraje pasaba de pocos árboles al terreno árido de casi un desierto. Me recordó un poco el paraje  de Marruecos cercano al Túnel del Legionario, en la carretera hacia Er Rachidia.


 

Paramos para hacernos unas fotos en la placa conmemorativa a la Ruta 74. Bonita, curvera y con mucho calor.





 

Cuando llegamos al valle, ya estábamos cerca de nuestro destino. Llegamos al Best Western Palm Spring, bonito hotel con piscina. Mientras Lydia recuperaba el aliento, yo me dediqué al check-in. Como en el anterior, la chiquita de recepción también hablaba español, así que las cosas se facilitaron mucho. Entramos en la habitación bastante apurados por el calor. Suerte que estaba el aire acondicionado encendido, lo que nos ayudó a recuperar el aliento. Se estaba  tan bien en la habitación y hacia tanto calor fuera, que pasamos de piscinas y de salir a pasear, por lo que nos pegamos una ducha fresquita y esperamos que se fuera el sol para poder salir.

Como el hotel tiene sistema wi-fi aprovechamos para poner un poco de información en nuestras cuentas de Facebook para tener a nuestra familia y amigos informados, mientras esperamos la hora para ir a cenar. Cuando son las 8 de la noche decidimos salir de nuestro “iglú” para ir a cenar. El tema  es que cuando abrí la puerta pensé que se habían dejado la calefacción encendida por error, pero no era viable porque nuestra puerta daba al exterior. Simplemente seguía haciendo mucho calor. Le preguntamos a la recepcionista que qué nos recomendaba para cenar y nos comentó que teníamos cerca un mexicano que se comía bien y si queríamos más cosas debíamos dirigirnos al centro con lo que teníamos que  coger la moto. Después del tirón del primer día en moto, que siempre vas con más tensión por la novedad de todo y del calor que hacía, decidimos elegir el mexicano. Paramos primero en una tienda de venta de bebidas para comprar agua para el día siguiente y nos fuimos al restaurante. Burritos y fajitas acompañado con frijoles y un par de Coronitas.

Salimos del restaurante con la misma calor con la que entramos, así de desistimos de ir a pasear por la ciudad y nos volvimos al hotel. A parte del cansancio del día, aun llevábamos algo del jet-lag, así que a las 9 y poco ya estábamos en la cama. Un día intenso, lleno de emociones y muy caluroso. Nuestras primeras 193 millas (310’60 km) ya estaban en el saco.



Nos levantamos con las pilas cargadas preparados para encarar un día largo de circulación. Algo más de 300 millas, o sea, unos 480 kms. Esto, en nuestro país es relativamente poco, pero en EEUU ya son kilómetros. Salimos de la habitación para ir a desayunar y ya vimos que la cosa no pintaba bien. Aun no eran las 9 de la mañana y ya teníamos 42º de temperatura. Pues nada, hoy si que protección solar, termos rebosar de agua con hielos (Curiosidad americana: Todos los hoteles en los que estuvimos tenían máquina de hielo, fueran de 3, 4 o 5 estrellas. Supongo que les viene de su antigua, reciente para nosotros, historia cuando los desahuciados del este inmigraban a la tierra prometida del oeste para escapar de la crisis del 29. Cogían sus coches sin aire acondicionado y lentos y cruzaban todo el país por la Ruta 66 pasando por desiertos calurosos. La película de John Ford de 1940 basada en la novela de John Steinbeck, “Las uvas de la ira” es un gran ejemplo de lo que comento).

Después de desayunar, montamos todos los bártulos en la moto y emprendimos la marcha. Paramos antes de salir de la ciudad para poner gasolina y encaramos la Interestatal 10 para dirigirnos a nuestro primer Parque Nacional, el de Joshuan Tree. Durante el viaje vimos unos cuantos Parques Naturales muy bonitos. Este no era de los mejores, pero era nuestro primer Parque, así que paramos en la garita donde compras la entrada y los recuerdos del mismo parque. Si vas a ver pocos parques, compras la entrada y tiras, pero si la intención es visitar unos cuantos y sobre todo alguno de importante (tipo Grand Canyon, Yosimite, Yellowstone o similar) te sale más a cuenta comprar un pase anual para todos los Parques de EEUU (siempre y cuando no esté regentado por los indios, estos se pagan a parte). El pase anual cuesta 80$ y te sirve para toda la gente que entre en un vehículo, eso si, siempre tienen que ser los mismos ocupantes. Te apuntan los nombres y la matrícula del vehículo y ya puedes cruzarte todos los parques que quieras y puedas. Aparte, compramos lo que llaman el “Natural Park Passport” que no es más que un pasaporte donde puedes utilizar los sellos que hay en los Parques como recuerdo. Muy para turistas, pero que  narices, ¿no lo somos?




 

Emprendimos la ruta dispuestos a ver la arboleda de Joshua. El Parque tiene una extensión de aun no 70 kms por la carretera que lo cruza. La circulación es lenta porque estas en un parque y porque te entretienes a mirar un poco el paisaje, algún animal que se te pueda cruzar, las formaciones rocosas que te encuentras por allí, pero lo que no logramos ver fue el Árbol de Joshua. Después de un par de paradas de rigor, encaramos la salida del parque y paramos en el área de turismo del campo a ver si una mierdecillas de aborto entre cactus y árbol era el de Joshua. Exactamente era eso. Bueno, pues nada, después de refrescarnos un poco seguimos la ruta.









Al poco de salir del pueblo de Twentynine Palm, encaramos unas rectas largas de cojones por la Amboy Road. Eran rectas interminables, sin ningún tipo de vegetación y con una calor insoportable. En estos valles llegamos a los 50º. Fueron los 80 kms más largos que he hecho. Cuando las fuerzas empezaban a fallar, y suerte que llevábamos nuestros cascos modulares y que nos podíamos bajar la visera, vimos a lo lejos lo que parecía unas construcciones. Me era igual lo que fuese, necesitábamos para como fuera. Así que aceleré y giramos a la derecha en una intersección. Íbamos tan apurados que no nos dimos cuenta que la carretera que acabábamos de coger era la antigua Ruta66. Todo cogió forma cuando vimos que esas construcciones no era otra cosa que el mítico Motel Roy’s. Aun hoy se me ponen el vello de punta al recordarlo.





Este lugar mítico es para nosotros un punto emblemático, como viajeros y como moteros que  somos. La gasolinera en si no funciona, el motel si. El bar tampoco funciona ni la cocina.  Simplemente tienen una nevera con refrescos y agua fría y unas bolsas de snacks. La verdad es que poco más necesitábamos. Entramos, dimos los buenos días y le comentamos al propietario que le cogíamos unas cuantas botellas de agua de la nevera. El propietario es una persona rozando los 60 o pocos más, con el pelo blanco y sus inseparables gafas de sol. No te das cuenta de más porque lo único que quieres y necesitas es hidratarte. Cuando ya te has bebido las dos primeras botellas y empiezas a ser más persona, te das cuenta de muchos detalles del bar. Su decoración años 50, la pequeña sección de souvenirs y … ¿puede ser que el tío que te ha atendido lleve una pistola en el cinto? Joder si la lleva. Una tipo Smith & Wesson modelo 645 o similar. Para no pagarle la consumición.



Al final de cogimos 8 botellines de agua, un par o tres bolsas de snacks, una camiseta, y alguna cosa más. Todo podía llegar a subir sus 30 o 40 dólares, pero supongo que le caímos en gracia ya que estuvimos hablando y lo contó por encima y nos soltó que le diéramos 24 $ que ya estaba bien.  Le dijimos que lo volviera a contar, ya que con solo la camiseta y las botellas de agua ya subían 28 $ y aquí teníamos que sumarles los snacks, un par de mapas de la Ruta 66, las botellas de cerveza de la Ruta y algún detalle más que cogimos.  Que no, que 24$ ya eran suficiente. Desde aquí me gustaría mandarle un abrazo a este fantástico personaje.










Seguimos el viaje, no sin antes ponernos manga larga para evitar males mayores con el sol. Al poco de circular con el calor en su máximo exponente, nos dimos cuenta por un cartel que estábamos en medio del desierto de Mohave. E aquí el calor. Por suerte cogimos la Interestatal 40 para llegar a Kingman. La idea era salir al poco rato de la Inter y coger la antigua Ruta66 para llegar por la carretera antigua.

Al coger la salida, vimos que aun faltaban muchos kilómetros y que estaba haciendo muchísimo calor, así que descartamos ir por carreteras mucho más lentas y tirar rápido por la I40. Igualmente, a la hora de comer retomamos la 66 para disfrutar de algún que otro punto mítico de la carretera. Nos paramos en una gasolinera a comer unas quesadillas y Lydia un hot-dog típico americano. A parte también cayeron más souvenirs de la Ruta.






 


Una vez acabados de comer y rehidratados seguimos la ruta. Al rato de circular, Lydia me suplica que pare donde pueda, así que cojo la primera salida que encuentro. La pobre no puede más, esta ahogadísima, y apunto de entrar en un shock térmico por la elevada temperatura que teníamos y el calor que desprende la HD. Le cuesta respirar, así que le saco el casco y le doy la ya poca agua que nos queda fresca. Nos quedamos a la sombra de un puente para que recobre el aliento. Durante los pocos minutos que estamos parados se nos paran hasta cuatro coches por si necesitábamos ayuda, que si queríamos que nos llevasen a algún sitio, que si necesitábamos llamar a urgencias. Vamos, igualito que aquí. Hubo uno de los coches que llegó a dar tres vueltas para ofrecernos ayuda, que era bombero espeleólogo (esta bien como detalle, pero no venia mucho a cuenta). Nos comentó, o eso entendí, que muy cerquita había un embarcadero. Le agradecí la información y Lydia, como pudo subió a la moto para acercarnos allí. Lo que no entendí es que era un mini-embarcadero sin bar ni nada. Simplemente una nevera de hielo y encima cerrada. En este momento Lydia se derrumbó del todo. La intención era coger la moto y acercarme al primer pueblo que encontrara pero también me daba cosa dejarla sola. Por suerte, llego una embarcación del cual bajó una familia. El niño traía consigo una botella de agua por lo que me acerqué dispuesto a comprarle dicha botella. Se me acercó la madre y le comenté, más o menos, el estado de Lydia y que necesitaba el agua, que se la pagaba. La madre, a ver a Lydia, le cogió la botella al niño y me la dio negándose a coger el dinero que le ofrecía y que si queríamos más la iban a buscar. Esa familia volvió a salvarnos la jornada.

Al final nos enteramos que estábamos pasando la jornada más calurosa de ese verano, superando los 125º Farenheit, lo que representa algo más de 52º. Calculamos que llegamos a estar por los 56º por un cartel que vimos y que no debía estar del todo mal porque el termómetro de la moto solo llegaba a los 125ºF y la flecha apretaba contra el tope.

Con ese botellín de agua le dio la fuerza para llegar a la primera área de servicio de la I40, por lo que decidimos parar y esperar que se fuera el sol. Mientras esperábamos a que aflojara el calor valoramos la opción de volver a Los Angeles a devolver la moto y alquilar un coche, pero decidimos continuar con lo planeado reforzando el tema de la hidratación durante el viaje.

 

 







 

Cuando se fue el sol, aunque continuaba haciendo mucho calor, decidimos emprender la marcha. Para ir un poco más fresquita, Lydia decidió empaparse el jersey y los bajos de los pantalones con agua para intentar paliar el calor.

Llegamos a nuestro destino alrededor de las 9 de la noche. Por un error de cálculo del GPS dimos un poco de vueltas antes de llegar a nuestro hotel. Pudimos  darnos cuenta que este pueblo esta volcado con la Ruta 66. Tiendas, souvenirs, antiguos hoteles que ya existían en esa época. Todo cara al turista.

Como estábamos liados, paramos a una gasolinera a preguntar. Lydia entró en la tienda mientras yo miraba de reprogramar el GPS cuando veo que sale de la tienda con dos hispanos para enseñarle el coche. La verdad es que fue curioso. El tío tenía el coche tuneado con aquel tipo de amortiguadores que rebotan. La verdad es que fue curioso verlo, muy americano porque esto aquí, fijo que está prohibido.

Al final encontramos el hotel. Simplemente nos habíamos equivocado de “final del pueblo”. Estábamos al otro lado. El hotel era el Quality Inn de Kingman. Parecía  un motel de la época. Nos dimos cuenta que  exactamente era de la época ya que habían habitaciones con placas de gente famosa (del país) que habían pernoctado allí.

 

Preguntamos al recepcionista por alguna lavandería por la zona de esas tipo americanas y nos comentó que el mismo hotel tenía unas máquinas para el cliente que funcionaban con monedas. De coña, cogimos la ropa sucia que teníamos y la lavamos. Este día nos dimos cuenta que aun llevando poca ropa, habíamos cogido demasiada.

 

Dejamos la lavadora encendida y nos fuimos a cenar. Pensamos que si nos robaban la ropa solo se llevarían unos calzoncillos, calcetines, un par de jerseys y unas braguitas. A parte, había dos máquinas más.

Cogimos la moto para irnos al centro del pueblo, ya que estábamos en una punta del mismo. Al estar en Arizona, aquí no es obligatorio el casco así que nos fuimos si ellos. No es que nos guste ir sin ellos, pero ese día llevamos más de 300 millas (algo más de 480 kms) y no nos apetecía llevarlos puestos. Como era tarde, cenamos en un autoburguer. Tengo que reconocer que las hacen buenas, pero ya empezaba a querer comer otra cosa.

Después de cenar, nos dimos un pequeño paseo por el pueblo para hacernos una idea de él y así poder visitar al día siguiente un par de tienda que vimos.

Volvimos al hotel y fuimos a ver si aun teníamos ropa y si estaba, que estuviera limpia. Las dos cosas fueron positivas. Después de esto, nos volvimos a nuestra habitación. En esta ocasión nos dieron una con dos camas, pero el tamaño eran las conocidas como Queen Size, que son camas de 150 a 170 cms, o sea, como las de aquí. Por eso, una la usamos para poner las maletas y dormimos en la otra. Ese día ya  nos acostamos algo más tarde, por lo que el jet-lag iba remitiendo. Lo que no remitía era el cansancio de todo el día ruteando en moto. El día acabó con un total de 309’5 millas (498 kms).

Llevábamos acumulado en dos días un total de 502,5 millas (808’70 kms).




Nos levantamos temprano para bajar a desayunar. Aquí no tenemos Starbucks así que nos toca saborear el pseudo-café que te sirven. Una vez desayunados nos vamos a visitar un par de tiendas de objetos relacionados con la Ruta66 y una tipo grandes almacenes a lo americano. Compramos cuatro cosillas, regresamos  y vuelta a montar el tetris. Una vez todo a bordo, salimos dirección al Gran Canyon, uno de los sitios donde más gracias me hacia ir. Todo el mundo que ha estado nos decían que era imposible explicar como es de grande, ahora lo se.

Pero antes de llegar, estuvimos conduciendo por los trayectos más largos de la Ruta 66. La verdad es que la sensación es una pasada, tú, la moto, la carretera. ESTO ES LIBERTAD.








 

Hicimos una parada a otro lugar turístico de la Ruta, en  Hackberry, una antigua gasolinera remodelada para turistas que quieran ver el ambiente de la época. La verdad es que fue bonito parar. Un montón de souvenirs de la ruta y un montón de imágenes que quien haya mirando un poco de información para hacer la ruta, seguro que le suena.





















 

Antes de comer, hicimos una parada en lo que ellos llaman Las cuevas del Grand Canyon. No fuimos a las cuevas en si, porque teníamos que dejar la moto en el aparcamiento  e ir con 4x4 o arriesgarnos a ir con la moto por caminos de arena. Ni una cosa ni otra nos apetecía (a parte de tenerlo prohibido por contrato con la casa Eagle Rider). Hicimos  unas fotos de los coches que había por allí y seguimos nuestro camino.







Seguimos ruteando por la 66, hasta que empalmamos con la I40 en Seligman, otro enclave de la Ruta. Allí nos paramos a comer. Por fin algo que no era una hamburguesa, sino un trozo de carne como marcan los cánones. Aprovechamos para echar cuatro fotos a la zona.









Cogimos la 40 para llegar al Gran Canyon. En una de las paradas para poner gasolina, en la tienda había una sección de productos originales de indios y cowboys. Yo, desde que tenía este viaje en mente, quería comprarme un gorro de cowboy original americano. En Hackberry encontramos uno pero en la etiqueta ponía Made in China. Muy bien de precio, pero no es americano. En esta tienda lo encontré. Me cascaron 99$ y no es de los más caros, pero esta hecho en Los Angeles y la etiqueta pone que esta hecha de autentica lana de oveja americana. Claro que la china valía 30$ pero no es lo mismo. Salimos de la tienda con la caja del sombrero envuelta con plástico porque había unas nubes feas que amenazaban lluvia.








Nos cayeron cuatro gotas, porque, por suerte, la carretera fue esquivando la gran cortina de agua  que caía a pocos metros. En Williams, otro enclave de la Ruta66 nos desviamos para coger la carretera que iba hasta el Parque Natural del Grand Canyon. Se notaba que la carretera iba ascendiendo. Teníamos unas extensiones llanas a derecha y a izquierda. Cuando faltaban unos 20 kms para llegar al destino, decidí hacer una parada para estirar las piernas. Íbamos bien de tiempo así que tocaba hacer un café (o algo parecido). En la gasolinera donde paramos nos encontramos con una de las tiendas más grandes de objetos de indios y cowboys que vimos en todo el viaje. A Lydia le gustó la idea de comprarse un gorro. A ella le era un poco igual que fuera originario americano o de cerca (tampoco chino, vamos). Al final, no contenta con un gorro, salimos de la tienda con dos pares de botas típica de cowboy. Aquí la cosa se complicó muy mucho, ya que dos gorros, dos pares de botas y todo lo que llevábamos pues como que no cabía. Barajamos varias ideas, desde que cogiera un taxi hasta el hotel, como que cargara la moto, la dejara allí y fuera al hotel a descargar y volviera a buscarla. Al final, sacamos unos pulpos y pusimos una camiseta para no rayar el top de la moto e hicimos (bueno, hizo) otra obra de ingeniería. Parecíamos aquellos moros de cruzan nuestro país dirección Marruecos cargados hasta los topes. Lo mismo pero en versión moto. Al final, lo importante, llegamos al hotel sin perder nada.







Hicimos el check-in en el hotel y preguntamos si había alguna forma de mandar un paquete a Los Angeles. La idea era mandar un paquete con todo lo que habíamos comprado hasta el momento. Nos comentaron que había un DHL en el mismo Parque Natural. Fantástico. Así que dejamos todos los  bártulos en la habitación y nos fuimos a cenar algo. Esa noche todo pizza en un restaurante regentados por mexicanos. Después de cenar y que nos amenizaran la cena con unas baladas country fuimos a pasear y a buscar donde tomar un café, una copa o lo que fuera.

 

Paseando, vimos una tienda, cerrada a esas horas que  enviaban paquetes, tipo correos. Bien, así no tendríamos que montar todo el tinglado en la moto para recorrer los escasos 10 kms que había hasta llegar al parque.

Al final, para celebrarlo, nos sentamos en otro mexicano para tomarnos un café, que dicho café se acabó convirtiendo en un Mojito.

Regresamos al hotel más felices que unas pascuas, ya que el Mojito estaba fuertecillo.


La jornada acabó con 196,40 millas más (unos 316 kms). El acumulado durante el viaje era de 698’9 millas (1.124 kms).

2ª PARTE


 
 
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